viernes, 25 de junio de 2010

HORIZONTES


Hoy Regresaba
de uno de esos viajes
por el jardín olvidado,
con la fragancia de los jacintos
escrita en la piel,
me digiste, como siempre,
que he de andar cara al viento,
para no despeinar el presente,
yo, también como siempre,
desanduve el laberinto
permitiendo que los pétalos marchitos
se deslizasen hasta mi diario,
y compartimos
el amable silencio,
que nos guarda desde antiguo,
contemplando a través de la ventana
horizontes disidentes.

viernes, 11 de junio de 2010

MI BARRIO


Mi barrio exhibe un aire engreído, que ha ido adquiriendo gracias a venias poco ortodoxas recolectadas con tesón, a los postres de comilonas con cargo a los contribuyentes. Aquí, quien mas, quien menos, come jabugo tornadizo, gambas de Huelva con pasaporte falsificado, angulas de ojitos maquillados, y langostinos de rayas carcelarias; hablan de la crisis como de una prima lejana, y miran con aprensión el crédito de la tarjeta, temiendo que en cualquier momento, la prima, acompañada de la benemérita, decida instalarse en casa.
Cuando llegamos al distrito, traíamos el cinto bien apretado, más letras que el abecedario chino y una ilusoria hermandad, bien cimentada en las lentejas y garbanzos que aromatizaban la escalera.
Carolina Herrera, era el nombre de la cuñada pindonga de mi hermana, los cocodrilos se veían en los documentales de la tele y por Audi atendía el perro rabón de la vecina del cuarto.
En el ascensor, los entonces tiernos infantes, eran referencia obligada, amén de alguna receta de callos a la riojana o el inefable intercambio de trucos para limpiar manchas sediciosas.
Éramos jóvenes entusiastas, entregados a la tarea de vivir, por aquella época nadie había vendido aún el alma a precio de saldo bancario, y es que todavía cantábamos convencidos “libertad sin ira” pensando que lo mejor, estaba por llegar.
¡Y vaya si estaba por llegar!, en pocos años el garaje de la finca, se ha convertido en una exposición de coches importados, las mujeres de mis vecinos, en esculturales modelos con domingas de plástico y labios como morcillas,
Las charlas culinarias del ascensor son, soliloquios petulantes y los solidarios garbanzos han sido reemplazos por delicateses con denominación de origen.
Ingentes rebaños de aligatores, adornaban las ahora infladas pecheras de los ilustres y Carolina, la pindonga, comparte hasta el inodoro con los meritorios parleros.
Por arte de birli birloque, los chalet de lujo, brotan como champiñones por doquier, engordando el patrimonio de mis vecinos.
Lo cierto es que poseen una habilidad innata para el transformismo, cambian hoces por rosas que al poco sustituyen por gaviotas añil que sobrevuelan, majestuosas, las finanzas de los escogidos, para sucumbir, según exigencias del guión, a manos del puño florido, sin que el trasigo les cause el mas mínimo contratiempo.
Mientras, yo, con los principios intactos y la conciencia mas limpia que unos calzoncillos lavados con Ariel, echo el bofe vendiendo aceitunas de seis en seis y chocolatinas de oferta, así y todo, me las veo y deseo para hacer llegar la camisa al final de la espalda, e invento números de funámbulo para seguir financiando mi puesto de trabajo y sacar adelante con dignidad proletaria a la familia.
Ahora, dicen mis vecinos, desde la ventana cómplice que tendré que currar hasta los setenta años, que quizás no haya fondos para la retribución que me corresponde, que hay que ahorrar.
Y miro el tono violáceo de mis piernas, y escucho la melodía de mis castigados huesos
y me pregunto, si mereció la pena.